viernes, 11 de septiembre de 2015
Hay unos obsesos en solo sus sobreprotecciones y en la intolerancia a la libertad -o sea, admitiendo que sus males se toleren y los de los demás nunca- imponiendo que no se insulte -que es precisamente el primer deseo de quien impone algo-. Sí, en todo el mundo se realizan insultos como algo frecuentemente humano; pero, en España se les ha ido la olla a las nostalgias del impuesto silencio del franquismo, y quieren eso.
Pues bien, pese a quien le pese, el insulto es el primer impulso ético de la humanidad: sí, ante una atrocidad, se contesta con todo lo exactamente opuesto a un halago o a un consentimiento o a una obediente complicidad, o sea, con un insulto. Además, es lo único que ha tenido una eficacia para la dignidad: Si una alineación, corporativismo, sociedad, etc. quita la dignidad a una persona, ésta -en un obligado imperativo ético- debe siempre insultar; si se sigue haciendo un mal a contrajusticia y a contrarrazón con graves consecuencias, pues es totalmente obligatorio insultar para ser ético (exacto, si Jesucristo ve que de la casa de oración de su padre lo venden todo, no sería ético jamás a piropeos o sin insulto).
Y no se detesta a besitos de rodillas, sino siempre insultando de alguna manera. Todos los segundos que dure la humanidad se realizarán los insultos como algo imprescindible y perfectamente bueno -si el insulto tiene coherencia o es reacción a un mal real-.
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